31 octubre 2011

Soledad en el Bosque

Ella continuó corriendo, no le importaba que tan lejos llegaría, que tanto tiempo les llevaría encontrarla, solo quería otra vida, otro mundo. Pero claro, debía enfrentar duros días de llanto y cosas que la llevarían a querer más de una vez en su vida escapar de allí, creer en otro mundo, uno más feliz.
"Si puedes vivir toda tu vida sabiendo que ya no hay esperanzas estás perdido, pero si decidís abrir los ojos el paisaje podría deslumbrarte" -susurró para ella misma mientras continuaba corriendo, ahora a paso más lento.
El divertido sonar de las hojas de otoño tras sus pisadas la hacían sonreír, la libertad se sentía en el aire, ya no iba a depender de nadie, y ya nadie iba a necesitarla para labores sin sentido. Siguió corriendo adentrándose en el espeso y naranja bosque otoñal, cuando sintió la mirada de alguien clavada en su espalda, entonces paró. Miró detenidamente en todas sus direcciones y no encontró nada más allá de los árboles casi pelados.
"Sólo es el eco de mis pisadas" -alertó
Pero no se quedó tranquila, caminó más despacio, cayó en cuenta de que no sabía que estaba haciendo, ¿porqué se encontraba allí?. ¿porqué no huir a alguna ciudad con civilizaciones y no quedarse en un pueblo rodeado de bosques?, no lo sabía. Ni su cabeza podía contestar aquellas preguntas. El miedo y la incomodidad invadieron sus pensamientos con frases como "Que idiota soy!", "¿Cómo regresaré?", "¿A donde iré ahora?", "Mamá debe estar preocupada, y yo aquí jugando a la fugitiva".
No huía de su madre, no huía de su adorada familia que tan bien la había educado, huía de Él. Él, que tantas veces le había hecho creer en el amor, que siempre estaba ahí para ella, que siempre fue más que un amigo, él la había defraudado, y todas las esperanzas del amor ya no existían, romper un corazón es algo malo, algo que no debería existir, el peor de los sufrimientos. Ella ya no lo quería, ya no quería ni siquiera su amistad, pero él no lo entendía, no entendía que había hecho mal aquél día.
Sus finas lágrimas saladas la sobresaltaron y las secó rápidamente con el dorso de su mano, prohibiéndose mentalmente volver a recordarlo, y con su delicado rostro sin expresión siguió caminando, al mismo tiempo que el sol comenzaba a caer y la sensación de alguien observándola volvía con más intensidad.